En las últimas décadas se ha ido acentuando la relación de amor-odio que los seres humanos mantienen con el sol. Hasta mediados del siglo pasado, el ideal de belleza estaba determinado, en buena parte, por la blancura de la piel; de hecho, los tonos oscuros y bronceados se relacionaban con el trabajo en el campo o al aire libre y, por ende, con un menor estatus social.
Esa concepción empezó a cambiar a partir de los años 60, cuando las pieles asoleadas saltaron a las páginas sociales y se convirtieron en sinónimo de glamur y salud.
Asolearse buscando bronceados oscuros se volvió una conducta tan extendida que cuando especialistas de todo el mundo empezaron a relacionar la exposición excesiva con un mayor riesgo de desarrollar tumores de piel fueron desoídos en un comienzo.